Competencia. Existen dos elementos en la competencia por el empleo en los que nos ganan los hombres: la autoconfianza y la camaradería.
La Vanguardia, 4 de Septiembre de 2016 | ver artículo
Es bien sabido que la crisis ha golpeado duramente al colectivo femenino y los últimos datos publicados por la EPA siguen evidenciando que el número de mujeres en situación de desempleo supera al de los hombres, en más de 3 puntos porcentuales. No voy a entrar en analizar las causas, pero sí tengo el convencimiento de que una parte de esta diferencia –no sabría decir cuánta– se debe a que existen dos elementos en la competencia por el empleo, ya sea para conseguirlo o para mejorarlo, en los que nos ganan los hombres: la autoconfianza y la camaradería.
Hace años que me dedico al mundo de los recursos humanos y he podido constatar, en primer lugar, cómo cambia el lenguaje de una mujer respecto al de un hombre, en una entrevista de trabajo o en el momento de optar a una promoción. La mujer tiende a hablar de sus logros en plural, sin darse cuenta de que ello le resta credibilidad ante quien la escucha y, si vamos más allá, incluso puede interpretarse como una falta de liderazgo. Buscando, quizás inconscientemente, ese equilibrio entre prudencia y humildad, lo cierto es que ellas se venden peor. Y aquí no se trata de mentir ni alardear, sino de otorgarse de forma justa el mérito propio y hacérselo ver al seleccionador. Basta con comparar el impacto que las palabras “yo cerré”, respecto a “cerramos un importante acuerdo”, provoca en el interlocutor.
En segundo lugar, me pregunto por qué las mujeres nos empeñamos en querer hacerlo todo solas. Existe entre los hombres una relación de camaradería que difícilmente encuentro entre mujeres. Ellos se recomiendan y se relacionan profesional y personalmente, sudando juntos la camiseta, saben acercarse sabiamente a quienes se encargan de tocar las teclas y, lo mejor de todo, lo viven como parte del trabajo, de forma muy natural. A la mujer, en cambio, le cuesta buscar esos pilares de soporte que los hombres consiguen de forma tan habitual, llegando ellas mismas incluso a cuestionar los méritos de las que han llegado más lejos, en lugar de tomarlas como ejemplo.
Aunque por supuesto no se puede generalizar, lo paradójico es que la mujer parece ser demasiado humilde para hablar sobre ella en primera persona del singular y, en cambio, demasiado orgullosa para creer que podrá sola con todo. En mi opinión, estas pequeñas cosas, estas diferencias en actitudes y en la forma de manifestarlas en el lenguaje, tienen su efecto en un mercado laboral tan agresivo donde ambos sexos compiten día tras día. Autoconfianza y camaradería a lo mejor no obrarán milagros, pero no subestimemos su poder, siempre que estén bien combinadas y en dosis adecuadas.