Empezamos un nuevo año de crisis, el sexto, con el país sumido en un estado de ánimo hastiado (que conste que no hablaremos aquí de la mancha oprobiosa de la corrupción) por la persistencia de una situación económica que, a corto plazo, no permite ver un cambio de tendencia.
Cinco días, 25 de Enero de 2013
Es cierto que hay algunos indicios positivos, como son el aumento de las exportaciones españolas (que trajo aparejada una reducción del 29,5% del déficit comercial durante los 11 primeros meses de 2012, según datos del Ministerio de Economía) o la caída de la prima de riesgo a niveles más razonables (aunque veremos si sostenibles en el tiempo). A pesar de ello, los últimos datos de la encuesta de población activa (EPA), correspondientes al cuarto trimestre de 2012, funden al negro la posibilidad de cualquier atisbo de optimismo: casi seis millones de personas en paro (un 26,02% de la población activa) y una tasa de desempleo juvenil que se sitúa en el 55,1%. Una situación insidiosa.
En la época actual en la que, lamentablemente, recibimos multitud de solicitudes de trabajo a diario, me llaman específicamente la atención los currículos vitae (CV) de los jóvenes. Elaborados con un formato impecable y multitud de datos de contacto (el que menos un par de direcciones de correo electrónico, un móvil – el fijo prácticamente desaparecido –, una dirección en LinkedIn y hasta un blog), la parte de formación resulta simplemente espectacular, mostrando en muchos casos un recorrido en universidades de medio mundo. Ante tal despliegue de cursos, másteres, carreras, idiomas y conocimientos informáticos, me pregunto: ¿por qué no se les contrata? ¿Acaso no merecen la oportunidad que tuvimos todos? ¿Tiene que ver solo con la crisis o la falta de experiencia, o hay algún problema más de fondo?
Resulta que estamos ante la generación mejor preparada y con más acceso a la información de la historia, formada por jóvenes espontáneos, frescos (en el buen sentido del término), que aprenden a gran velocidad, que no se mueven solo por dinero (muchos de ellos viven todavía con los padres) y, sin embargo, ¿por qué no les contratamos? ¿Nos da miedo que estén sobrecualificados y se desmotiven? ¿Nos preocupa que no hayan trabajado nunca y no se sepan adaptar? ¿Nos da apuro la comodidad con la que asumen las nuevas tecnologías en comparación con los que las hemos tenido que aprender a marchas forzadas?
Tengo la teoría de que lo que nos frena para confiar en ellos es que pensamos que no tienen nuestro mismo espíritu de sacrificio, aunque sinceramente creo que en el fondo admiramos que son osados y se atreven a decir no a cosas o a situaciones a las que nosotros nunca tuvimos el coraje de plantar cara, pues en aquel entonces aprendimos a base de mucho esfuerzo, desilusiones y mucho aguante en nuestros primeros años de profesión.
¿Para qué contratar a alguien que, encima de no aportar experiencia alguna, me va a exigir y a plantar cara?, se lamenta algún empresario. En ciertos casos no le falta razón y debo reconocer que he vivido en mis propias carnes actitudes totalmente desafiantes por parte de varios jóvenes en procesos de selección, con reivindicación de derechos en toda regla, incluso antes de saber si serían elegidos para el puesto.
Sin embargo, no podemos exculparnos, porque durante los años en los que el país iba tan bien, esta generación de jóvenes, que entonces se estaba formando, vio cómo entre los que trabajaban fluía el dinero fácil, cómo el mérito estaba sobrevalorado, cómo solo los tontos se esforzaban y los listos se enriquecían a base de golpes de suerte. En definitiva, en muchos casos no recibieron el mejor ejemplo y ahora que los tiempos han cambiado, convendría ser más cautelosos con las actitudes, pues un exceso de autoconfianza puede llegar a interpretarse como soberbia y cerrar muchas puertas.
En mi opinión, es momento de derribar estereotipos y superar prejuicios. Es verdad que los jóvenes se mueven por otros motores (el tiempo libre, la libertad, la amistad, los viajes, el medio ambiente, entre otros) y las nuevas generaciones nunca serán como la anterior. ¿Y qué? Estamos rodeados de jóvenes valiosísimos, preparados para arriesgar, equivocarse y aprender. No tienen miedo ante nuevos retos y cuentan con todos los recursos para seguir adelante. No se mueven tanto ni por fama ni por dinero y, en parte, eso les honra.
Naturalmente, en ocasiones nos encontraremos con jóvenes muy preparados, pero menos dispuestos y más pasivos. Al final, cada persona es un mundo y uno se mueve por sus propios valores, tenga la edad que tenga. Aún así, yo abogo por la diversidad de generaciones en la empresa: porque aporta una enorme riqueza, aprendes tú a la vez que aprenden ellos, nos necesitan y les necesitamos con nosotros.