EL SÍNDROME POSTVACACIONAL EN LA ERA DE LA COVID

Cuando llega el final de agosto, empieza a hablarse del síndrome posvacacional, un concepto clásico que sale a la luz cada año, acompañado de múltiples mensajes, tales como preparar la vuelta al cole y el retorno a la rutina. Reincorporarse al trabajo no es lo mismo que regresar a la escuela tras casi tres meses de desconexión. Muchos niños reconocen que ya tenían ganas de volver a ver a sus compañeros y empezar el curso. Sin embargo, pocos empleados demuestran la misma alegría cuando se acerca el momento de volver al trabajo.

La invasión de las nuevas tecnologías se cuela en las vacaciones de muchos trabajadores haciendo más complicada la tan ansiada desconexión. Y no hablemos ya de los que hacen teletrabajo y no han podido disfrutar de unos días fuera de su domicilio. Desconectar en dichas circunstancias parece un plan imposible.

Años atrás, la situación era algo distinta. El personal de oficina apagaba el ordenador y no volvía a encenderlo hasta pasadas tres semanas, por término medio, rezando para que no se hubieran acumulado demasiados e-mails. Ahora, en cambio, muchos llegan sabiendo ya qué se encontrarán en su bandeja de entrada, porque la han ido visualizando cada día.

Este año, nos encontramos con otra novedad, porque algunas empresas han decidido reactivar la presencialidad tras muchos meses de teletrabajo, precisamente a partir de septiembre. Ahora la adaptación será doble: por un lado, la vuelta al trabajo y, por otro, al nuevo espacio físico –o al antiguo, según se mire. En algunos casos, se ha retomado ya la presencialidad de forma escalonada desde hace unos meses, combinando el trabajo a distancia y en la oficina, por lo que la adaptación será, en teoría, más llevadera.

Sea como sea, está claro que cada regreso será distinto y cada persona es un mundo, de modo que el concepto del síndrome posvacacional no puede generalizarse para todos los trabajadores. Hay quien lo sufre en mayor o en menor medida y ello también tiene que ver, por supuesto, con el grado de satisfacción laboral que cada uno experimenta en su puesto actual, que afectará en la forma de afrontar la vuelta.

Aunque cada persona encontrará sus propios resortes para hacer menos traumático el regreso, vale la pena exponer algunos consejos muy prácticos:

  • Reincorporarse en viernes (quienes libren los fines de semana). Volver al trabajo el último día de la semana, con la perspectiva de trabajar una sola jornada, para limpiar el correo y prepararse para arrancar debidamente el lunes siguiente, teniendo por delante dos días aún para descansar.
  • Plantearse dos días de subida paulatina de ritmo. Pasar del cero al cien suele ser contraproducente. ¿Hay que empezar a trabajar el primer día haciendo doce horas para recuperar todo el tiempo “perdido”? No parece lo más adecuado, si no queremos que el efecto de las vacaciones se desvanezca por completo al llegar a casa al final del primer día, malhumorados y desanimados, tras una jornada que tampoco habrá podido ser productiva por entero, no nos engañemos.
  • En la medida de lo posible, regresar al trabajo con las tareas del hogar encarriladas. Supone un doble estrés reincorporarse al trabajo teniendo pendientes todas las tareas domésticas típicas del retorno de vacaciones (la nevera por llenar, la ropa por lavar, la limpieza de la casa, la plancha, etc.). Aunque es muy habitual querer aprovechar hasta el último minuto de vacaciones fuera del hogar, regresar con un cierto margen de tiempo facilita una adaptación previa en la esfera personal que permitirá concentrarse más fácilmente en lo profesional, si lo primero ya está solucionado.
  • No ser demasiado autoexigente. Tras las vacaciones, es un clásico hacer muchos planes. Enseguida se montan colas para pedir información sobre cuotas de inscripción en los gimnasios; hay quien cambia de alimentación de forma bastante radical para perder esos kilos de más que se hayan podido acumular durante las vacaciones, y otros se estresan buscando a toda prisa cursos donde apuntarse. Podríamos hallar un sinfín de buenas intenciones, que está muy bien plantearse, pero, llevadas al extremo, puede sumar mayor estrés al regreso.
  • Tener una actitud positiva. Se hemos podido disfrutar de las vacaciones es que tenemos un trabajo y, en la época actual, implica algo más: que regresamos con salud, en medio de una pandemia. En definitiva, en cierto modo, vivir el síndrome postvacacional viene a ser un privilegio.

Me gustaría terminar con una frase del gran Gabriel García Márquez, que decía: “No llores porque ya terminó, sonríe porque sucedió.” Ya de vuelta al trabajo, yo no podría estar más de acuerdo.

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