“Coworking” en soledad

La Vanguardia, 6 de enero de 2019 | Ver artículo

Estamos viviendo unos momentos en que el prefijo co- está arrasando: compartido, colaborativo, cooperativo, sea en el ámbito del transporte, ocio, alojamiento, alimentación, intercambio de servicios, trabajo… Está claro que ya no es una moda, es una filosofía de vida que nació y floreció con el firme propósito de quedarse.

En el ámbito del trabajo, el coworking surgió hace unos cuantos años y llegó a Europa en plena época de crisis, como alternativa muy válida para ahorrar en costes y paliar la tremenda soledad que, especialmente, algunos nuevos emprendedores y freelances estaban experimentando. Se trata de un modelo de trabajo con muchas ventajas, hasta el punto de generar nuevos proyectos gracias a la interacción entre coworkers de diferentes actividades, que comparten espacio.

Con este espíritu comunitario y teniendo en cuenta el ahorro en alquiler, empiezan a ser ya un buen número de empresas las que han considerado que hacer compartir espacio a sus propios trabajadores y emular los entornos de coworking puede ser una buena solución: creará mayor sentimiento de pertenencia, vivirán en alegre compañía, aumentará la productividad y fomentará la creatividad (esto último quizás influenciados por la imagen del típico perfil creativo de los profesionales que trabajan en coworking: informáticos, arquitectos, diseñadores, fotógrafos…).

A ello se suman reuniones cada vez más frecuentes y sofisticadas, utilizando las últimas metodologías e implicando a un buen número de personas de distintas áreas y departamentos, para fomentar aún más la colaboración.

Considero que todo lo que sea cooperar y compartir es muy positivo, y más si va acompañado de un trasfondo de solidaridad. Pasar del solitario al solidario no es fácil, pero estas nuevas filosofías colaborativas es verdad que lo están propiciando.

Sin embargo, hay que valorar el riesgo de caer en contradicciones. Los entornos open space que deberían fomentar el trabajo en equipo pueden llegar a generar aislamiento si no se prevén espacios suficientes para conversar, donde no se moleste la concentración del resto de personas. Reuniones que deberían ser muy productivas pueden acabar siendo menos efectivas, si no se fomenta una cultura de reflexión en solitario que propicie la creatividad antes de una reunión.

Siempre he sido defensora del trabajo en equipo, pero no creo que nunca sustituya el trabajo individual. Lo veo como un complemento necesario, pero sin olvidar que siempre se necesita un grado de concentración en la tarea que difícilmente se consigue en grupo. Llevar al extremo la idea de que todo lo bueno es aquello que se comparte corre el riesgo de restar valor a la contribución individual y a la incentivación de la creatividad personal.
Y no olvidemos que muchas empresas y plataformas que se basan en este espíritu co han surgido de ideas que posiblemente se gestaron en un momento de soledad en la cabeza de su creador o cocreadores, antes de lanzarse y ponerse al servicio de todos nosotros.

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