EL COMPROMISO YA NO ES LO QUE ERA

La informalidad está rallando límites insospechados, en un grado nunca visto antes. Para afirmar esto no me baso en ningún estudio científico, sino en una percepción generalizada que he estado escuchando y observando a mi alrededor, especialmente desde que estalló la pandemia. Posiblemente la pandemia nos ha dejado muy defraudados, no nos esperábamos nunca algo así, y, como consecuencia, se ha perdido la fe en muchas cosas y ha aumentado la indiferencia.

Denoto una falta de compromiso elevada en muchos ámbitos y en todas las edades, aunque especialmente en los más jóvenes. El valor de mantener la palabra ha perdido el más mínimo sentido y, en contrapartida, las exigencias de tener derecho a todo a cambio de nada parecen ser lo más normal.

En el ámbito profesional, las personas que nos dedicamos a Recursos Humanos vemos candidatos que no se presentan a las entrevistas, que mandan su CV pero luego nunca contestan, personas que el día antes, tras haber preparado su incorporación, con cualquier excusa y por mail, dicen que no se incorporan, hasta personas que llegan tarde a su primer día de trabajo sin ni siquiera esgrimir una disculpa. En el ámbito personal, el compromiso también brilla por su ausencia: cenas de grupos canceladas porque a última hora a más del 70% de los comensales les ha pasado algo que les ha impedido ir, nada grave por suerte, simplemente ya no apetecía y el tiempo del organizador y del restaurante no importan lo más mínimo. Y parejas que se rompen a la menor oportunidad porque, de hecho, nada es suficiente y comprometerse cansa y mucho. Ahora bien, todos ellos, los anteriores, los que cancelan sus compromisos de esta forma, se creen con derecho a obtener el mejor proyecto profesional, la atención máxima de sus amigos y una pareja que les aguante todas las manías.

Creo que todo este grado de informalidad tiene en parte que ver con las nuevas tecnologías, pues permiten muy fácilmente dejar de comprometerse sin dar la cara. Un simple mensaje de whatsapp es suficiente para cancelar un trabajo, para no acudir a aquella cena o para cortar la relación con una pareja. Dicen que los jóvenes sufren auténtico pavor cuando tienen que coger el teléfono y hacer una llamada telefónica. ¿Cómo pretendemos entonces que lo usen para dar explicaciones sobre asuntos importantes que incumben a otras personas? Es infinitamente más fácil mandar un mensaje o incluso simplemente no decir nada. La pantalla es el mejor escudo para enmascarar la cobardía y la indiferencia.

Ahora bien, esta misma tecnología es la que pone en el punto de mira a empresas y personas. Los candidatos y empleados pueden criticar a sus empleadores sin ningún filtro, los clientes pueden aniquilar con sus críticas, no siempre justas, a un negocio y las personas pueden destruir la autoestima de sus parejas o amigos filtrando información e imágenes sin limitaciones.

Mi mensaje final es no fijarse en este tipo de comportamientos, sino centrar la mirada en el compromiso como valor fundamental que debe guiar nuestras vidas.

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